Las Bienaventuranzas, su significado
El sentido de
libertad interior, de "dicha divina" se halla en las bienaventuranzas, que son la
quinta esencia de la enseñanza más original de Jesús. Los términos elegidos por
Mateo y Lucas recogen las claves del Evangelio.
Los cristianos y los
pastores de todos los tiempos así lo han entendido al hablar de pobreza, paz,
renuncia, sufrimiento, sencillez.
Bienaventurados
los pobres en Espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". Los pobres de
"espíritu", no sólo los indigentes, son los que buscan a Dios, los
desprendidos de las cosas de la tierra. Son los que no se atan en lo material a
las realidades terrenos. Y los que en lo moral y social se sitúan más allá de
los intereses inmediatos. Se puede luego extender la idea a todos los aspectos
que atan al hombre viejo: seguridad, demonio, honor, dignidad, protección.
El texto es más
elemental y sencillo en su formulación: los pobres de la tierra, los anawin. Es
el equivalente a los desprendidos, a los generosos, a los desatados de las
inquietudes mundanas. El premio a ese desprendimiento es el Reino de Dios. Y
esa expresión significa, en el contexto Evangélico, el triunfo del bien sobre
el mal.
"Bienaventurados
los que lloran, porque ellos recibirán consuelo"
El lloro es la
expresión del sufrimiento y de la inquietud. En esta realidad se sitúa la
bendición. Los que lloran son los que están tristes, los que sufren en el
mundo, los tienen inquietud, inseguridad, tormento por la vida. Ellos recibirán
consuelo por parte de Dios que les mirará con compasión y les protegerá,
"Bienaventurados
los mansos, porque ellos poseerán la tierra por herencia."
La expresión
"mansedumbre" implica la paz, la resignación, la dulzura y la
benevolencia con todos. La recompensa de la paz, de la paciencia, de la
suavidad en el trato con los hombres, será el dominio sobre la tierra. Ellos
triunfarán mejor que los violentos, que siempre se hallarán envueltos en luchas
y en tensiones.
Los que tienen
paciencia en las adversidades esperan en el Señor, a pesar de las desgracias y
de los atropellos de los violentos. Ellos tienen garantía de triunfo en este
mundo y, sobre todo, en el otro.
"Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados"
La expresión
directamente se refiere a la justicia en el mundo. Pero en el transfondo de la
expresión (dikaiossinen) alude la "justificación", a la ordenación
interior por el cumplimiento de la voluntad de Dios. Y por eso se recompensa al
que ansia la justicia, con la plenitud, con la satisfacción, en sus
pretensiones.
La justicia divina
comienza con la justicia humana. El orden y el cumplimiento del deber en el
mundo, conlleva la plenitud más sutil y espiritual de triunfo divino.
Lo contrario sería el
triunfo de la injusticia, el dominio del mal y del maligno en el mundo y en la
realidad de la vida.
"Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia"
Es una alabanza y una
bendición a los que tienen el corazón compasivo y sabe hacer de su vida una
ayuda generosa para los más necesitados. Para ellos precisamente surge la
promesa de ser recompensados con la misma medida de la misericordia. El
concepto de misericordia (eleemones) alude al saber dar, al compartir con los
necesitados, al ponerse en disposición de ayudar a otros.
La misericordia, el
tener corazón para las miserias, será el mensaje más sutil del Evangelio de
Jesús, torrente de benevolencia para con todos los hombres.
"Bienaventurados
los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios"
Los limpios son los
que no tienen mancha. Y la referencia al corazón alude a la carencia de malas
intenciones o torcidos propósitos. Esa limpieza es el cauce para llegar a
descubrir a Dios. Sólo los que llegan a la limpieza interior, a la pureza,
pueden acercarse al misterio de la verdad eterna.
"Bienaventurados
los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios"
Los pacíficos son los
que prefieren la paz a la violencia, los que saben aguantar y se mueven en la
resignación y no la reivindicación. Esos serán reconocidos por los demás
hombres como hijos de Dios. como reflejos que grandeza divina, como mensajeros
de la paz, el don que tanto deseaban a sus amigos los hombres del oriente.
"Bienaventurados
los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el Reino de los
cielos".
En este bendición a
los que son perseguidos a causa de la justicia, el Evangelista añade una
alabanza insistente y persistente, que refuerza la simple alabanza general.
"Bienaventurados seréis cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y
digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque
vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los
profetas que fueron antes de vosotros."
Las persecuciones por
defender la justicia en general y por seguir al Justo de los justos,
Jesucristo, son causa de especial gozo, por la especial recompensa que se
recibirá en los cielos.
Claramente Jesús se
lo decía siempre a sus seguidores: "Seréis aborrecidos de todos por causa
de mi nombre; más el que persevere hasta el fin, éste será salvo" (Mt.
10.22).
COMO VIVIÓ JESÚS LAS BIENAVENTURANZAS
Bienaventurados los pobres…
El fue el pobre. El
pobre material y el pobre de espíritu. No tenia donde reclinar la cabeza y su
corazón estaba abierto en plenitud a su Padre. Nació pobre, fue reconocido y
seguido por los pobres, vivió como un trabajador, murió desnudo y en sepulcro
prestado. No ambicionó nada, no se apegó a nada. Su pobreza santificó para
siempre toda pobreza.
Bienaventurados los mansos…
El fue el manso. Era su
dulzura la que cautivaba a sus amigos y su fortaleza lo que aterraba a sus
enemigos. Era su dulzura lo que atraía a los niños y su seriedad lo que
desconcertaba a Pilato y Herodes. Los enfermos le buscaban, los pecadores se
sentían perdonados solo con verle. Consolaba a los que sufrían, perdonaba a los
que le crucificaban.
Bienaventurados los que
lloran…
El conoció las lágrimas.
Lloró por Jerusalen, lloró ante su amigo Lázaro difunto, lloró lágrimas de
sangre en Getsemaní por los pecados de todos los hombres, de los mios..lloró
para que el Amor fuera amado.
Bienaventurados los que tienen
hambre…
Nadie como él tuvo hambre de
la gloria de su Padre. Se olvidaba incluso de su hambre material cuando
experimentaba el hambre de esa otra comida que era la voluntad de su Padre. En
la cruz gritaria de sed. Pero no de sed de agua y vinagre, sino sed de amor a
los hombres, sed de su salvación para poseerlos en abrazo eterno.
Bienaventurados los
misericordiosos…
Fue misericordioso.
Toda su vida fue un despliegue de misericordia. El es el padre del hijo pródigo
y el pastor angustiado por la oveja perdida. Sus milagros brotan de
misericordia. Su alma se abre en misericordia ante las tumultuosas multitudes
que le seguian “como ovejas sin pastor”.
Bienaventurados los limpios…
Su corazón era tan limpio que
ni sus propios enemigos encontraban mancha en él. ¿Quién de vosotros me argüirá
de pecado? Se atrevía a preguntar (Juan 8,46). El era la pureza y la verdad
encarnadas. Era el Camino, la Verdad y la Vida. Por eso era verdaderamente Hijo
de Dios.
Bienaventurados los pacíficos…
Era la paz. Vino a traer la paz a los
hombres. Los ángeles gritaron “paz” cuando él nacia, y fue y es efectivamente
paz para todos. Al despedirse, antes de partir hacia el patíbulo y la muerte
dijo : “La paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14,27).
Bienaventurados los
perseguidos…
Y murió en la cruz. Fue perseguido por causa de
la justicia y por la justicia inmolado. Era demasiado sincero, demasiado
honesto para que sus contemporáneos pudieran soportarle. Y murió.